DISFRUTA DE SU COMPAÑÍA - DAVID WILKERSON
En Éxodo 24, Dios hizo un pacto con Israel. Él prometió a lo largo de todo el Antiguo Testamento: “Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios” (Jeremías 7:23). Después de que Moisés leyó la ley al pueblo, ellos respondieron: "Entendemos y obedeceremos".
Este pacto tenía que ser sellado, ratificado y validado, y eso sólo podía suceder al rociarlo con sangre. Hebreos nos dice que “[Moisés] tomó la sangre… y roció el mismo libro y también a todo el pueblo” (Hebreos 9:19).
La sangre derramada de los holocaustos se guardaba en un recipiente. Moisés tomó un poco de esta sangre y derramó una parte junto al altar; luego tomó un hisopo (planta), lo mojó en un recipiente y roció un poco de la sangre sobre las doce columnas (que representaban las doce tribus de Israel). Finalmente, Moisés mojó el hisopo en el recipiente y roció la sangre sobre el pueblo, lo cual, selló el pacto.
Está claro que la aspersión de la sangre dio a los israelitas pleno acceso a Dios con gozo. En esta ocasión no se trataba del perdón de los pecados sino de la comunión. Ahora estaban santificados, limpiados y aptos para estar en la presencia de Dios.
Moisés y los setenta ancianos subieron al monte para encontrarse con Dios, donde el Señor se les apareció. Estos hombres vieron una mesa preparada delante de ellos, y las Escrituras implican que con facilidad, comodidad y sin temor al juicio, se sentaron en la presencia de Dios y comieron y bebieron con él: “Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éxodo 24:11).
Esto es simplemente asombroso. Estos hombres podían comer y beber en la misma presencia de Dios, mientras que poco antes habían temido por sus vidas. La sangre había sido rociada y ellos entendían la seguridad, el poder y la protección que había en eso. ¡Ellos no tenían temor!
Más escritos: reflecor.blogspot.com