NUESTRA INVITACIÓN A LAS BODAS - JOSHUA WEST
Nuestras vidas están tan abarrotadas estos días que no es raro que pensemos cosas como “Oh, no pudimos ir a la boda de Jim. ¡Qué desafortunado! Les enviaremos una tarjeta de regalo”. En los tiempos bíblicos, ser invitado a una boda significaba mucho. Sin embargo, si te invitaban a la fiesta de bodas de alguien prominente y no asistías, era tremendamente vergonzoso.
Con ese entendimiento, veamos una historia bíblica con nuevos ojos. “Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas estos no quisieron venir… Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mateo 22:1-3, 8-9).
Estos plebeyos estaban minimizando el gozo del rey por su hijo, y eso era increíblemente vergonzoso. El lenguaje aquí es muy similar a cuando Jesús invitaba a la gente a seguirlo, y le daban excusas como “Oh, tengo que enterrar a mi padre” o “Déjame arreglar las cosas en mi casa primero” (ver Lucas 9:59-61). La respuesta de Jesús es: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62).
La respuesta de Jesús a estas personas puede parecer dura si no entendemos que se trataba de una invitación al banquete de bodas de Dios, y que nada podría ser más importante que esa invitación real al reino de Dios.
Más escritos: reflecor.blogspot.com